viernes, 18 de marzo de 2011

Lecturas/3 El atroz encanto de ser argentinos (Marcos Aguinis, fragmento 1)

Nos emociona ser argentinos y también sufrimos por ello. Nos gusta, pero ¡qué difícil es! En los últimos tiempos se ha elevado a rango de deporte nacional quejarnos en forma perpetua, mucho más que en los años en que el sufriente tango atravesaba sus avenidas de oro. Suspiramos, maldecimos, protestamos, analizamos… y, no obstante, seguimos queriendo a este país terrible. ¿Terrible, dije? Sí, terrible. Un país que recibió oleadas de inmigrantes y se había convertido en El Dorado de media Europa, ahora expulsa gente que se va por no conseguir trabajo. ¿Cómo se llegó a esto? ¿Cómo pudo convertirse en terri­ble un país henchido de riquezas, alejado de los grandes conflictos mundiales, donde casi no hay terremotos ni ciclones? ¿Por qué es terrible un país donde su población carece de conflictos raciales estructurales, no supo de hambrunas ni de guerras devastadoras? ¿Por qué es terrible un país habitado por gente cuyo nivel cultural y cuyas reservas morales –pese a todo– siguen siendo vastas?
Nos duele la Argentina y su pueblo. Por eso es atroz nuestro querer.
Hasta hace apenas medio siglo figuraba entre los países más ricos del mundo y su presupuesto educativo era tan grande que equivalía a la suma de los presupuestos educativos del resto de América Latina. Gestó científicos, artistas, escritores, deportistas, humoristas, héroes y políticos trascendentales. Estuvo a la vanguardia del arte y de la moda. Absorbía como esponja lo mejor del mundo.
Sin embargo, ahora nuestra república parece extraviada. Peor aún: ajada, maltratada y al borde de la agonía. Se tiene la sensación de que se ha deslizado a un laberinto donde reina la penum­bra. En varias oportunidades empezamos a correr con la esperanza de encontrar la salida redentora. (...) Todo laberinto, no obstante, tiene una salida. Eso no se cuestiona. Pero cuesta llegar a ella.
No aflojemos en el intento.
El economista Paul Samuelson fue quien –hace un par de décadas– propuso clasificar los países en cinco categorías mientras se acariciaba los cabellos de la sien derecha: “Están los países capitalistas, los de la órbita socialista y los del muy heterogéneo Tercer Mundo; pero eso no es suficiente, porque en realidad son cinco los sistemas: hay dos países más a tener en cuenta en forma separada: Japón y la Argentina. ¿Por qué? Y, porque no calzan en ninguna sistematización. Son tan peculiares y tan impredecibles que deben ser ubicados aparte”.
Luego se difundió una actualización que los reducía a cuatro tipos: los opulentos, los miserables, Japón y la Argentina. Cualquiera sabe qué es un país opulento y qué es uno miserable. En cambio pocos saben por qué a Japón le ha ido tan bien y a la Argentina le va tan mal.

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